La experiencia de viajar conmigo misma.

Por Adriana Cabrera Merlo.

Yo jamás hubiera planeado viajar sola, porque mis planes de vida por las creencias familiares y de la sociedad, eran estar en pareja y con una familia. Pero la vida y las decisiones de mi pareja me llevaron a salir de mi zona de confort y a experimentar nuevas situaciones de las cuales no me creía capaz.



Recuerdo muy bien el día en que mi expareja me pidió darle un tiempo: una de las cosas que él mencionaba y por lo que quería ese tiempo, era para viajar solo. Eso siempre fue lo que se quedó en mi cabeza.



Una de tantas situaciones que me llevaron a tomar la decisión de hacer un viaje sola, fue que me cansé de escuchar a todo el mundo, menos a mí.



Recuerdo bien ese día, decidí escribir un WhatsApp a un amigo pidiéndole que me cotizara un viaje a Ixtapa por 3 días y 2 noches para una persona. Desde ahí comenzaron mis inseguridades y miedos.



¿Qué pensará mi amigo? Pasó por mi cabeza y aun así, seguí firme con mi plan.



Se llegó el gran día de mi viaje. Juro que hasta ese momento en que ya iba en camino a tomar mi transporte, me pasaron por la mente un montón de preguntas como:



¿Qué voy a pensar tantos días estando sola?, ¿Me aburriré?, ¿Qué voy a hacer para entretenerme?, ¿A qué retos me voy a enfrenar? Entre mas ideas locas que pasaban por mi cabeza; también tuve miedo.



Llegue a mi destino. Incluía desayuno a la llegada, fui directo a la recepción y lo primero que me preguntaron fue: “¿Cuántas personas son?” Me costó trabajo responder “una persona”, incluso llegué a sentir hasta un pequeño dolorcito en el corazón, aun así, no me rendí y me dije “a esto vine”.



Continué mi travesía en ese viaje sola, llegué al restaurante y nuevamente la pregunta: ¿Mesa para cuántos? Y esto apenas comenzaba…



Pensé: esto será así todo el tiempo, debo acostumbrarme.



Ese momento de desayuno fue muy incómodo para mí, ya que sentía que todo el mundo me veía y me juzgaba. No disfruté el desayuno como tal ese día, lo admito.



La pulsera para poder hacer uso de las instalaciones del hotel la entregaban a la una de la tarde. Fui y me senté en un balcón con vista al mar. Estaba tranquila en ese momento pensando, cuando de repente comenzaron a llegar mas huéspedes al hotel. Se comenzó a llenar de personas el balcón. Eran muchas familias las cuales llevaban niños de diferentes edades. Hubo un momento donde era tanto el bullicio de las personas, niños llorando porque tenían hambre o sed, que entre tanto ruido, llegó mi momento de dejar de sentir culpa y fui a comprarme una cerveza a la tienda del hotel para calmar mi sed. Y lo que pasó por mi mente fue: pues si yo tengo y puedo ir a comprarme una bebida, no voy a esperar más tiempo.



Se llegó la hora de entrega de pulseras y la fila era enorme. Yo sentada tranquilamente esperé hasta que se acabó la fila. Cuando llegué a registrarme a recepción, me llevé la grata sorpresa de que cuando dije “una persona” me dice la señorita: “su habitación esta lista” (cuando las habitaciones las entregan hasta las tres de la tarde).



Llegué a la habitación y pues fui casi corriendo al balcón para ver la hermosa vista al mar. En ese momento mi emoción fue de mucha felicidad, tanta que hasta lloré. No me la creía, estaba ahí sola viendo los colores del océano, el brillar del sol y escuchando a las aves.



Bajé al mar y el sentir las olas y la arena fue una sensación de gratitud infinita. Nunca había valorado tanto las cosas que me pasaban. No me creía nunca afortunada y en ese momento vi lo mucho que lo era.



Estar en la alberca disfrutando del sol, luego salir a sentarme en el camastro a la orilla del mar a leer un libro y perderme en sus letras mientras escuchaba el sonido del mar, fue grandioso.



Recuerdo mucho una tarde que fui por un café y un pastelillo en la cafetería del hotel. Esa tarde fue mágica, elegí la mejor mesa justo cuando comenzaba la puesta del sol. Me puse a ver el sol y a contemplar sus colores al esconderse tras el mar, mientras comía ese pastelillo, y fue cuando me di cuenta de que comenzaba a disfrutar del sabor de la comida, a degustarla y saborearla.



Otra de las tantas ventajas de ir sola fue que tuve derecho a 2 cenas en los restaurantes de especialidades. Uno de los restaurantes está en el muelle: esa noche fue increíble porque los sonidos del mar acompañados de una buena copa de vino me hicieron de nuevo agradecer el estar viva.



También conocí a personas, como un grupo de amigas que iban de viaje y muy amablemente ellas me tomaron fotos. Me encantan las fotos y ver que el ir sola no te impide tener recuerdos de esos momentos, me hizo sentir que todo lo que uno quiera o desee se puede lograr.



Viajar sola me hizo descubrir muchas cosas de mi persona que incluso yo no sabía que existían en mí. Me hizo redireccionar el camino: ver que lo que yo creía que eran mis sueños o metas que ni siquiera las había cuestionado.



Agradezco las circunstancias que me hicieron tomar ese viaje y claro que lo volveré a hacer. Por que son momentos en los que uno como mujer necesita reconectar con su ser y enamorarse de su persona.




Y recuerden siempre: ¡A brillar!


Adriana Cabrera Merlo


Cirujana Dentista Especialista en Endodoncia


Contacto: 4431712251



Corrección de estilo: Mónica Abraham